
«Ahorita no tenemos azúcar; nomás tenemos aceite, lentejas, arroz y soja». Secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, la señora Rosa rebusca en la despensa para contar los escasos paquetes de comida que quedan en uno de los estantes. «Necesitamos más huevos», grita preocupada hacia el pasillo, esperando la respuesta de sus compañeras.
La señora Rosa es madre y abuela. Como abuela, ha hecho las veces de segunda madre con sus nietas, de 6 y 2 años, mientras su hija salía a trabajar. Pero desde hace ocho meses cuida también de unos 20 ‘nietos adoptivos’ para los que cocina cada día en La Aulita, el comedor social de la Organización Popular Independiente (OPI) en la colonia Díaz Ordaz, una de las zonas más pobres de Ciudad Juárez, México.
Su trabajo es voluntario y los alimenos provienen de donaciones de los vecinos, ayudas de la OPI y alguna ayuda de SEDESOL (Secretaría de Desarrollo del Gobierno). «Esta despensa la llenamos nosotras, las mamás. Y cuando no llega, a veces le pedimos a los niños un par de papas (patatas)», dice satisfecha por el apoyo del barrio e, incluso, de su propia familia: «Hoy mi mamá me trajo arroz y eso cociné para todos. Algunos días me trae un poco de la comida que le dan en la iglesia; dice "ándale, para tus niños"», ríe Rosa, divertida por verse de repente rodeada de pequeños.
Rosa lleva 25 años viviendo en esta colonia, donde la OPI ha
abierto uno de sus dos comedores sociales de Ciudad Juárez. Parte del trabajo
del centro está bajo su responsabilidad: preparar un menú con la comida que la
propia comunidad aporta. La otra parte recae sobre Belinda, la responsable que se asegura de que los niños estén a salvo.
Rosa
La ausencia de una madre
Más de 40.000 niños viven sólo con su madre —subsistiendo con un
promedio de 80 pesos diarios (4,5 euros)— y sólo 8 de cada 100 mujeres tienen acceso a los espacios de cuidado
infantil durante las largas jornadas de trabajo en las maquilas (fábricas).
En general, existen casi 450.000 personas con carencias alimentarias en Ciudad Juárez, según los datos facilitados por la Red por los Derechos de la Infancia.
El objetivo de estos comedores es dar comida gratis a los niños y, además, ofrecerles un espacio seguro donde estar. Mónica, coordinadora de los centros de la OPI en Juárez, explica el funcionamiento: «En cada espacio, tenemos una promotora, como es el caso de Belinda, que organiza a las madres de la zona. Por su parte, las madres la apoyan en las actividades e, incluso, cocinan, como la señora Rosa».
El trabajo de Belinda es organizar los pocos recursos con que los que cuentan (juguetes, material educativo y alimentos). Y casi más importante: debe estar casi todo el día en el edificio a la espera de que los niños se acerquen hasta allí. «Los niños aquí no tienen un horario; entran y salen cuando quieren pero, el tiempo que están aquí, están seguros», explica la coordinadora. Belinda debe «solventar las necesidades que puedan surgir a los menores a lo largo de la jornada, desde peinarlos hasta jugar con ellos o darles de comer», añade Mónica.
La señora Rosa representa a la comunidad que trabaja por la comunidad. Como ella, la mayoría de las voluntarias son «mujeres apoyando a otras mujeres de la misma comunidad, que conocen las necesidades de su contexto y tienen un acercamiento con sus vecinos», afirma Mónica, que destaca la participación femenina sobre la de los hombres: «Hay un alto índice de madres solteras que han perdido a su pareja en algún acto violento o cuya pareja está en la cárcel y quizá por eso se implican más en nuevas iniciativas que cambien la situación».
El poder de la comunidad
De hecho, fue con ese sentimiento de comunidad como nació la OPI hace 25 años en esta misma zona. «Hubo un accidente en el que fallecieron dos niños. Fue de madrugada… y los niños estaban solos porque sus madres ya se habían ido a trabajar”, cuenta Mónica. La comunidad reaccionó a esto “con la movilización vecinal para poder crear, con ayuda de la OPI, una guardería que cuidase de los pequeños».
Después de la guardería, decidieron abrir más centros y
conocieron la iniciativa de SEDESOL —la Secretaría de Desarrollo del Gobierno—. «SEDESOL lanzó la Cruzada contra el Hambre, con la que quería combatir las
carencias alimentarias en México. Pero el plan duró solo 6 meses, cuando la
idea era que durara todo el sexenio del Presidente Peña Nieto», recuerda
Mónica.
Mapa de las zonas con más problemas alimenticios en Ciudad Juárez
Últimamente, han atravesado momentos complicados por las exigencias oficiales para la creación de estos comedores. No hace mucho tenían cinco comedores de los que sólo quedan dos.
Tuvieron que cerrar por falta de recursos, especialmente por la falta de apoyo gubernamental al no cumplir las exigencias de SEDESOL:
tenían 20 comensales y SEDESOL les exigió un mínimo de 90 para darles apoyo. Ahora tampoco facilitará alimentos a La Aulita por no llegar al número de beneficiarios estipulado como mínimos. «En Ciudad
Juárez, se autorizó la apertura de 105 comedores comunitarios y la idea era que
se abrieran en las comunidades que lo necesitaban», aclara Mónica.
Sin embargo,
al tener pocos beneficiarios, se pidió a varios centros que cerraran y
redirigieran a los menores a los comedores menos lejanos. «Esto supuso que los
niños y niñas tuvieron que recorrer solos largas distancias para comer y no es
un recorrido seguro», subraya Mónica, preocupada porque vuelva a ocurrir.
Para un
niño de siete años, caminar seis manzanas a 40 grados en la zona más
conflictiva de Juárez, puede ser la diferencia entre la seguridad y el peligro.
En la OPI creen firmemente que la
solución a los problemas de la comunidad es comunitaria. Y en su empeño,
siguen trabajando diariamente junto con la señora Rosa, Belinda y tantas otras
mujeres para llenar el estómago de todos los niños que decidan acudir.
Ana Veiga es periodista. Actualmente, prepara su primer documental, 'Solo Dios puede juzgarme', sobre Ciudad Juárez (México). La película se centra en el renacimiento que está viviendo esta ciudad tras haber superado los años más sangrientos de la guerra del narco.