
Elige una de estas emociones: ira, desesperación, terror o euforia. Ahora, concéntrate en ella y dispara. Así empieza el viaje interior que propone la fotógrafa Cristina Núñez, una artista catalana que ha convertido el autorretrato en un tipo de arte terapéutico.
Y no hablamos de fingir emociones, sino de evocarlas hasta que se conviertan en reales. Imagina uno de esos días en que sientes que se te cae el mundo encima, esos en los que las emociones se anudan en tu garganta reclamando salir en cascada. ¿Qué pasaría si, justo en el momento de máxima desesperación o ira, te sacas una foto? Según Núñez, esa imagen será un autorretrato de tu emoción, que acabará por sacar a la luz otra parte de ti que emana directamente de tu subconsciente: tu yo superior.
«Se trata de convertir tu dolor en un trabajo de arte», dice mirando fijamente a la cámara en su pieza de videoarte Higher Self, en el que explica el método detrás de The Self-Portrait Experience. «Con 8 meses empezamos a reconocernos a nosotros mismos en el espejo. Ese proceso de reconocimiento es algo que haremos muchas más veces en nuestra vida. Y, cuando hay un cambio en nuestra vida, pasamos a través de un proceso de reprogramación de nuestra identidad. Este método se dirige justo a ahí, a ese momento de reconocimiento».
The Self-Portrait Experience es, por tanto, arte con vocación de terapia o un viaje terapéutico interior del que resulta una pieza de arte. Según cuenta Núñez, comenzó a sacarse autorretratos en el año 1988, tras una adolescencia marcada por el consumo de drogas e, incluso, la prostitución. Este método le aporta «autoconsciencia y, a la vez, activa el proceso creativo y lo hace funcionar a partir del propio dolor».
Las tres funciones
Pero ¿qué soy cuando me miro? «En el momento de sacar un autorretrato somos autor, sujeto y espectador», explica. Somos autores porque creamos la imagen; somos sujeto porque afirmamos quiénes somos a través de la imagen; y somos espectadores porque, a través de esa representación, vemos nuestro yo profundo desde fuera, como si se tratase de otra persona. «La relación entre estos tres roles, empuja a nuestro subconsciente y a nuestra alma a hablar el idioma del arte».
Por ello, Núñez destaca lo genuino de este trabajo, donde reflejamos no solo un momento único que el fotógrafo está viviendo sino que también estamos «retratando a nuestro yo creador», tal y como está creando en ese momento. Debido a eso, el tiempo es uno de los factores más importantes: así somos en este momento porque así fuimos y así es como intuimos que seremos.
Tras la vertiente artística, se encuentra la parte terapéutica del método, que permite «convertir nuestro dolor en un objeto y, gracias a esto, separarnos de él y poder observarlo». Núñez reconoce que es habitual que el creador no se reconozca en la imagen pero, al ver su dolor desde fuera y compartirlo con otros espectadores «le resulta más fácil aceptarlo, dejarlo ir y avanzar».
Considera que el artista que usa su propio dolor por el bien de la comunidad mostrará «necesidades humanas presentes y futuras». Para ella, un autorretrato es «una afirmación poderosa contra todas las etiqueta porque, en tu autorretrato, vas a ver aspectos de ti que no conocías e, incluso, aspectos opuestos entre si. Está abierto a múltiples interpretaciones». Su objetivo es «dar a conocer el autorretrato como enlace entre el arte y la vida interior humana».
En sus talleres, transmite estas ideas a sus alumnos, que muchas veces no se reconocen en sus propias fotografías. «La gente no se reconoce en las fotos porque no se tiene que reconocer, porque lo que aparece en las fotos sale del inconsciente. El objetivo es expresar ese otro ser dentro de mi y sacarlo». Mientras, ella acompaño a la persona a reconocer cosas, valores, necesidades, emociones que le pertenecen o en las que empiezan a reconocerse. «Es un momento muy importante y difícil porque encuentras a su yo superior. Nunca lo has visto y no se presenta como tú querrías sino todo lo contrario. Es un encuentro potente, difícil, que uno tiende a rechazar… y es ahí donde están los tesoros alquímicos».
De hecho, opina que «el mejor trabajo de arte es aquel en que el autor menos se reconoce porque entonces estamos viendo al otro ser que hay en él». Cuenta cómo ha usado esta terapia artística en cientos de lugares distintos como, por ejemplo, en una cárcel de mujeres italiana. Allí, las reclusas debían seleccionar una imagen de todas las que ellas habían creado en un taller impartido Núñez. «Por mayoría, eligieron la de una compañera con la mano en el pecho porque esa imagen, que representa el mea culpa cristiano, era algo que muchas necesitaban exteriorizar».
Compartir emociones es uno de los objetivos de The Self-Portrait Experience, aunque no solo para quien fotografía. «El autorretrato es la imagen más comunicativa que existe porque atrae al espectador y le dice esto también tiene que ver contigo». Y, al compartir esas imágenes nuestras en momentos de extrema emoción, se desvanece la sensación de soledad: «Haces fotos, las compartes con el público y, en ese momento, el dolor deja de ser tuyo. Y puedes avanzar».
La cuarta dimensión
«Una noche, traje mi cámara al hospital y empecé a fotografiar a mi madre. Después le di el disparador a ella y sacó una serie de autoretratos. Entonces sacó esta poderosa imagen, acercándose a la cámara, como si quisiera decirnos algo… mostrando su fortaleza en un momento tan dramático». La voz en off de Cristina Núñez resonaba en mi cabeza tras ver Someone to love, uno de los pocos trabajos de videoarte que había visto de la artista.
Se trata de un trabajo intenso e íntimo en el que narra más de 20 años de fotografías y muchos más años de vida y de vidas –la suya y la de su familia-. La pieza me arrancó, inevitablemente, docenas de lágrimas sentidas. No conocía mucho de su trabajo pero sí un par de entrevistas y creaciones audiovisuales además de un repaso rápido por su biografía.
Descolgué el teléfono y saludé a la fotógrafa, con quien había acordado previamente la entrevista. Cometí el error de preguntarle cuántos videos había creado hasta el momento y cómo había empezado a fotografiar. Es, quizá, una manía profesional empezar a entrevistar a la gente con unas preguntas ligeras, casi introductorias, para meterme poco a poco en terrenos más profundos. En el caso de Cristina Núñez, el resultado fue explosivo: «¡¿Es que no me conoces?! ¡Soy una artista internacional!».
Cruzamos unas frases. Me insistió en que la información que necesitaba saber estaba en sus notas de prensa y, al final, la convencí para hacerle una pregunta. Contestó; después gritó de nuevo. «Lo siento si resulto antipática pero es porque soy una persona muy emocional». Colgamos. Y quedó tras la llamada el sabor agridulce de cuando se rompe una ilusión, como cuando averiguas el truco de un mago. Quizá sea tan simple como pensar que realmente quien me emocionó fue yo superior.