Si hace tres años, le dicen a Luis Dobarro (26 años) que iba a pasar un año de su vida en el circo, probablemente no se lo hubiera creído. Pero este maestro de Primaria tomó un día la decisión de presentarse a las oposiciones para el programa de enseñanza Aulas Itinerantes en los Circos. «Antes los maestros se presentaban a este programa por la experiencia; ahora se hace por supervivencia. Pagan menos que en un colegio normal y ya no pagan dietas por estar allí… pero los que vamos es porque queremos coger experiencia y no tenemos más opciones».
Luis aprobó las oposiciones y se inscribió en la lista de sustitutos para este programa. Hizo una entrevista personal en el Ministerio de Educación, presentó el proyecto educativo que pondría en marcha en caso de ser elegido y, un día, lo llamaron: se había convertido en profesor de circo.
«Tiene una parte muy bonita que son los viajes y toda la gente que conoces. Pero detrás de la luz y color del circo, también hay muchas sombras». Han pasado un par de años desde su trabajo en el Circo África y en el Circo Italia, en los que estuvo en total un año. «Llegué al primero porque el maestro anterior no aguantaba más; tuvo una discusión fuerte con los dueños del circo y se fue». Tras esa marcha repentina, llegó Luis esperando no tener el mismo problema.
«Tuve suerte;
a mi me trataron muy bien aunque a cambio de no protestar por nada. Por
ejemplo, el Ministerio nos pasa una lista de todo lo que debemos tener a
nuestra disposición pero llegué allí y algunas de esas cosas —como material
escolar o el mantenimiento de la caravana donde duermes— no estaban como
deberían. Tenía dos opciones: decírselo al Ministerio o tratarlo directamente
con los empresarios del circo».
Luis siempre ha elegido la segunda opción —que a veces ha terminado en una visita rápida a la tienda más cercana donde él ha comprado eso que faltaba— porque la primera opción implicaba que les pudieran quitar la subvención para enseñanza. «Si les quitan la subvención, quien sufre serán los niños». Así que, con la sonrisa puesta y la mirada baja, pasó un año, saltando entre su caravana-dormitorio y la caravana-escuela.
La sociedad estamental circense
«Vivir en el circo es una experiencia diferente, es como estar una burbuja o viajar en el tiempo», dice pensativo. «A veces, me daba la sensación de que estaba en una especie de Edad Media, con sus estamentos de realeza —los empresarios del circo—, nobleza —los artistas— y los estamentos más bajos, formados por los trabajadores que montan la carpa y las instalaciones». Sobre el trato a estos últimos, lanza palabras duras: «Algunos empresarios los tratan fatal, incluso llegan a humillarlos o a asustarlos con la fusta que usan para los animales. Por ejemplo, les pagan cada día, no mensualmente; y les dan el dinero justo. Si un día ellos consideran que no hicieron bien el trabajo, no les pagan. La gente que está en estos puestos es gente como expresidiarios, exprostitutas… a los que no les queda otra opción que tragar», afirma. Aunque insiste en que «no todos los circos son iguales», reconoce que en todos los casos que conoce tanto en primera persona como a través de compañeros del programa, hay una división por 'clases'.
«El maestro es la única figura que se tiene que ganar a pulso su 'estamento'. Si vas allí con mucha humildad y de una manera muy tranquila, te van a tratar bien», pero avisa: lo mejor es marcar unos límites. «El mismo Ministerio te recomienda que no crees lazos con el personal del circo. Yo intentaba encontrar un punto medio y, aunque habitualmente comía solo en mi caravana, no me perdía los eventos especiales como los cumpleaños. Es difícil encontrar un equilibrio».
Lo peor de estas divisiones en función de los cargos desempeñados en el circo es que se arrastran hasta dentro del aula. «Los hijos de los jefes no conciben que les des la misma atención a ellos que a los hijos de los empleados y acaba habiendo peleas». Aunque las diferencias no son solo debido a clasismos sino también a los distintos cursos académicos que se ven obligados a compartir espacio. «Suelo trabajar la autonomía con los mayores para que puedan desarrollar sus tareas sin casi ayuda y así poder estar más pendiente de los pequeños. Pero puede llegar a ser una locura».
El cambio como norma
Para un niño, concentrarse en los estudios siempre supone un esfuerzo. Y más si la otra alternativa a estudiar es aprender malabarismos o ejercicios de equilibrio. «Hay niños que están más pendientes de ensayar que de estudiar. Muchos padres ven que su futuro será el circo y que a los niños les importa mejorar como artistas, y no insisten en el tema de sus estudios porque creen que no les va a servir para nada».
En eso, el Circo Italia fue una excepción «gracias a la gran implicación de la madre en la educación de sus hijos», pero no es habitual. «El nivel general es muy bajo. Si llegan a la ESO, ya es un logro. Pienso en los casos que he conocido en mi año de trabajo en el circo y en las historias que conozco a través de otros maestros del programa y no sé de ningún caso que haya estudiado Bachillerato o que haya ido a la universidad», dice compungido.
Los ensayos o la falta de concentración no son los únicos culpables. La mezcla de cursos en la misma clase y el constante cambio de ubicación o maestro tampoco son de ayuda en el camino hacia el éxito académico. «El horario es como el de un colegio normal pero la diferencia es que, los días que hay que viajar, la clase se tiene que cambiar de horario». Y esto en el mejor de los casos, cuando reciben subvención para tener un profesor a su disposición.
«Antes de los recortes, la subvención se daba a unos 25 colegios y ahora son 12 o 13». Hay circos que no cumplen los requisitos porque no tienen suficientes niños y se quedan sin subvención, confiando la educación de sus pequeños al CIDEAD (Centro para la Innovación y Desarrollo de la Educación a Distancia). «En ese caso, hacen el curso a través de Internet y se examinan en un colegio a final de curso; siempre pueden contratar a un tutor con su dinero. La segunda opción es matricular a los niños en un colegio cada semana pero puede que no hay continuidad en las lecciones; puede que en un centro están dando los animales pero a lo mejor luego pasan a otro donde dan las partes del cuerpo».
Sin embargo, estudiar dentro del circo tampoco elimina la inestabilidad porque no hay una clase con un número fijo de alumnos. «A veces, llegas a clase y tienes 7 niños pero ¡al día siguiente tienes 10!». Esto se debe al flujo de familias itinerantes de artistas que viajan de circo en circo con sus hijos. «Suelen actuar en circos que tienen maestro para que sus hijos puedan ir a clase; como los maestros estamos en el mismo programa, nos intercambiamos información sobre el niño y al menos podemos hacer un seguimiento. El problema es cuando se van a colegios sin maestro… supongo que ahí dependerán solamente del CIDEAD pero es complicado asumir tantos cambios, y más en la infancia».
Tras dos años, Luis hace un repaso de sus experiencias y de todo lo aprendido. «He llegado a estar en pleno invierno en un pueblo perdido en Castilla y León sin luz ni agua… La vida allí no es fácil pero, desde luego, es toda un experiencia».